Cuando llegó a casa, rápidamente notó que algo extraño ocurría, un olor ajeno, un mueble ligeramente movido, un libro fuera de su ubicación. Dejó sus pies clavados junto a la puerta, sus ojos miraron cada rincón, una panorámica con infrarrojos capaz de localizar hasta la esencia de lo ausente.
Las palpitaciones de su corazón aceleradas, y su mirada desconfiada.
Anduvo hacia el salón, recorrió la cocina, y cada habitación, fue la luz encendida del baño y un pasillo sin fondo lo que guió sus pasos.
Se paró ante la puerta semicerrada, el vapor de un baño ardiente se escurría por la misma, y empujó ligeramente esperando que la inercia le permitiera descubrir no sabía qué.
Aquella niebla espesa no dejaba ver con claridad, y a pesar de su miedo se adentró y acercó hasta la bañera.
No había nada, no había nadie, salvo agua caliente y humeante. Un suspiro de tranquilidad, un respiro de relajación y una necesidad imperiosa de que sus piernas dejaran de temblar.
p.d. Un olvido puede dar un susto de muerte.